Los Pérez y los Rodríguez que partieron de la Galicia española, tierra
de grandes emigraciones, en un barco repleto de emigraciones plenos de
esperanza rumbo a Sudamérica. Pero amargas realidades imprevistas, frenaban
muchas veces el lejano entusiasmo de la partida; por el contrario, algunas
veces incitaban reacciones impensadas en aquellas obstinadas voluntades.
Los inmigrantes se encontraban muchas veces en el nuevo mundo trabajando
de sol a sol sus fértiles llanuras, navegando en los amplios ríos, o se instalaban
en la periferia cuando no lograban asentarse en la ciudad. Pero con su pobreza
de origen llevaban la riqueza de sus tradiciones católicas. Así sucedió con los
Perez-Rodríguez que, ente la adversidad, no desesperaron. En Córdoba, en una
jornada muy calurosa de mediados de diciembre de 1889, Agustín Pérez se casa
con Ema Rodríguez, ante el altar de la Virgen del Pilar.
Doña Ema Rodriguez de Pérez madre de la Hna. Crescencia, falleció el 6 de enero de 1950 |
Agustín Pérez (h) hermano de la Hna. Crescencia |
Debido a los momentos agitados que vivía la Argentina por esos tiempos,
que hacían alternar partidos conservadores y liberales en el gobierno de las
ciudades, sin apoyo alguno, la joven pareja se ve obligada a emigrar a
Montevideo.
Están solos. En la capital uruguaya nace su primer hijo, que muere a los
tres años. Otro hijo se apaga al nacer. Sobreviven Emilio y Antonio. Pero en
este país la joven pareja no encuentra horizontes de progreso y deciden
retornar a la Argentina.
En San Martín, Buenos Aires, en el frío agosto de 1897, nace una
criaturita, nuestra María Angélica. Al nacer la pequeña, las condiciones de la
familia mejoraron, porque el padre, ya de
treinta años, logra finalmente un trabajo en la Compañía Alemana de
Electricidad.
Familia rica en fe y en hijos; nace Agustín, Aída, María Luisa, José
María. Pero la joven madre se enferma y las criaturas asustadas la sentían
toser en forma continua. Entonces el médico le dice que si no la llevan a un
clima más templado, no le aseguraba que pudiese sobrevivir.
Y parten hacia pergamino con las pocas cosas que poseen, todos sus niños
y una profunda fe.
Al atardecer, la madre calmada a los inquietos niños, los ponía a todos
de rodillas a rezar el Rosario. Día tras día, transmite casi inconscientemente
a sus hijos el concepto de la fe.
Y así crecieron estos niños, con esa madre fuerte que enseña a responder
con amor al amor de Dios; al hablar de Él con conciencia plena; a transformar
alegrías y dolores en momentos de gracia.
Crecieron con profundas convicciones religiosas, aunque al templo iban
ocasionalmente porque estaban a tres horas de distancia.
"Vivíamos nuestra
pobreza con alegría; cada pequeño suceso nos entusiasmaba. No conocíamos
demasiado, no añorábamos la falta de tantas cosas… El ejemplo de nuestros padres
simples y fuertes, ricos en fe y en amor, nos hacía crecer laboriosos. Tío
José, hermano de mamá nos ayudaba, indicándonos una u otra posibilidad de
trabajo, sugiriéndonos un patrón dispuesto a acogernos…"
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